viernes

EL EVANGELIO ES PODER DE DIOS


Hno. Heriberto Elliot

El problema de nuestra civilización es la falta de justicia, Isaías profetizó que Dios ha puesto su hijo para traer justicia a las naciones, esto es la salvación, nuestras vidas justas delante de Dios. En los primeros capítulos de la carta del apóstol Pablo a los romanos podemos ver que la ira de Dios se manifiesta a los hombres por su injusticia.

La gente que está en rebeldía, en vidas de orgullo, de rencores y de vicios no puede oír el mensaje que los vuelve justos.

Justificado significa ser declarado justo, quiere decir que cuando Cristo consumó su trabajo en el calvario Dios pudo declarar justo a la persona que puso su confianza en Jesús. Los profetas alcanzaron la justicia de Dios por medio de la fe, por medio de Jesucristo.

Dios llama a las cosas que nos son como si fuesen porque tiene poder y ese poder está en el Evangelio. "Porque no me avergüenzo del Evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree; del judío primeramente y también del griego". ( Romanos 1:16-17)

Abraham creyó en el poder de Dios que da vida a los muertos, y a sus 99 años, junto a su esposa Sara que era estéril, se convirtió en padre de multitudes. Su fe le fue contada por justicia. Leemos en la Biblia que "creyó en esperanza contra esperanza". ¿Que le dio esperanza?, la promesa de Dios. Solamente a esto podía echar mano. Parecía imposible por las circunstancias, pero para Dios no.

Si crees en Cristo eres justoSi crees en el señor Jesucristo, eres santo, justo. Tu fe tiene que echar mano de esto, por que Dios te dice que no hay condenación para aquel que cree en Jesucristo. Seguro te miras adentro y dices: ¿ Quién, yo?. ¡Tengo tantos defectos, tantas faltas!, como me va llamar a mi santo, justo cuando fallo a cada rato.

Solo tienes que clamar como David en Salmo 19. 12, Señor: "¿Quién podrá entender sus propios errores. Líbrame de los que me son ocultos". Y Él, que si conoce tus pecados, por el poder de la fe en Jesucristo, te llama justo.

Dios nos declara justos y santos antes de ser justos y santos. Por tu fe, Dios te hace libre de culpa, tan justo como su Hijo; sin tacha, sin ninguna arruga, sin ninguna cosa mala delante para presentarte con su iglesia. Dios declara esto, cambia tu nombre, te llama santo, cristiano. Dios, en su predestinación dice que tu vas a llevar la imagen de su Hijo Jesucristo: perfecto, santo, justo.

Si Dios declara justo es por que tiene poder para hacer justo a los que confían en su Hijo. No sólo nos declara justos, sino que nos hace justos. Dios da vida a los muertos, y nosotros, muertos por nuestros deleites y pecados, recibimos por fe una nueva vida, vida resucitada, que comienza a caminar en otra forma.

No como antes, pues el Espíritu Santo la está transformando. Tienes un destino de parte de Dios y este destino es que, tu y yo que confiamos en Jesucristo seremos a imagen de su Hijo cuando el Espíritu Santo termine su trabajo en los creyentes.

La Palabra de Dios es el alimento de nuestra fe y si has creído en Cristo Dios ha cambiado tu nombre, te ha llamado justo aunque todas las circunstancias de tu vida: penas, desdichas Dios es poderoso para cumplir su propósito. El Evangelio es mensaje de inmenso y eterno poder que saca al hombre de su injusticia, lo salva, lo limpia de pecado y santifica.

lunes

LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE

Hno. Pablo Cenepo

La justificación por la fe es la acción de Dios que declara justo al hombre cuando pone su fe en Jesucristo. El hombre caído nunca fue justo por naturaleza, tampoco puede practicar la justicia de Dios por sí mismo.

Cuando el hombre pecador viene a Cristo consciente de sus pecados, se arrepiente, le pide perdón a Dios, cree en él y lo acepta en su corazón como su salvador personal, Dios le perdona, pero además lo justifica por haber creído en su Hijo y lo declara sin culpa ante la justicia divina.

Si yo creo y acepto lo que Cristo hizo por mí en la cruz del calvario entonces soy justificado ante Dios y este acto trae como primer resultado paz con Dios.

Esa paz la obtenemos por medio de nuestro señor Jesucristo. I Timoteo 2:5 nos dice "Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre". Ser mediador es ser intermediario, nexo entre dos partes que son opuestas y en este caso Cristo es como mediador entre Dios y la humanidad culpable.

Su sangre derramada ha derribado la pared de enemistad entre judíos y gentiles pero también entre la humanidad pecadora y Dios. En Efesios 2:14 leemos "Porque Él mismo es nuestra paz, quien de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación".

Fuera de Cristo no hay mediador, ni esperanza, ni vida eterna. Por eso Lucas en Hechos 4:12 dice " Y en ningún otro hay salvación, porque no hay nombre bajo el cielo dado a los hombres, el cual podamos ser salvos".

De manera que el texto bíblico excluye a cualquier otro mediador. No puede haber otro en el mundo: ni ángeles, ni santos, ni sacerdotes, ni parientes del señor Jesús; nadie por que la Biblia es clara, dice que solo hay un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo.

Jesucristo nos da paz.La paz con Dios significa dejar de ser enemigo de Dios por nuestros pecados y rebelión. La guerra y las hostilidades han terminado desde el momento que el hombre ha sido perdonado y justificado por medio de la fe en Cristo Jesús. En lugar de enemigos pasamos a ser amigos por el milagro de la gracia de Dios que ha obrado y sigue obrando en la vida de muchas personas.

Estando en paz con Dios entramos a una posición de favor con él. Es decir, somos aceptos en el Amado, por eso estamos tan cerca de Dios y somos tan queridos como si fuésemos su propio hijo, Jesucristo.

Estar en paz con Dios nos permite gloriarnos en la esperanza de la gloria de Dios; mirar con gozo cuando estaremos contemplando cara a cara la inmensidad de la gloria y resplandor de nuestro Dios, tal como podemos ver en Colosenses 3: 4 "Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en la gloria".

jueves

EL REINO DE LOS CIELOS

Hno. Rubén Quispe

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?. Entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". Mateo 7:21

El Señor estaba por cerrar su Sermón del Monte y antes de culminar marca la diferencia de profesar y poseer. Entre los que dicen tener el derecho de entrar en el Reino de Dios y los que realmente van a pertenecer a su reino. Declara de manera justa y solemne que solo entrarán los que hacen la voluntad del Padre que está en los cielos.

"El reino de los cielos" es la esfera en la que se reconoce el gobierno de Dios. Donde los hombres se someten al reino de Dios, allí existe el reino de los cielos. Según los diversos pasajes de la Biblia, el reino de los cielos estaba profetizado desde del Antiguo Testamento. Daniel señala que es donde los que profesan Su autoridad, siguen sus principios morales. Otra anticipa que será el reino de mil años de Cristo en esta tierra.

Los profesantes reconocen a Dios como el supremo gobernante, aceptan que es el creador de todas las cosas y esto abarca a toda la cristiandad, pero no entrarán en el reino de los cielos. Éste reino está reservado sólo para quienes han seguido genuinamente a Jesucristo, quienes son hijos de Dios y han nacido de nuevo por la fe en Jesús.

El mismo Señor lo afirma en Juan 3:3 cuando le dice a Nicodemo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no pude ver el reino de Dios". Es pues necesario nacer de nuevo para ingresar al reino de los cielos.

¿Cómo hacer "la voluntad del Padre"?.
El primer paso es creer en el señor Jesucristo. En Juan 6: 28-29, leemos: "Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?. Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado".
Jesús conocía la hipocresía de los religiosos de sus días, ellos pretendían hacer las obras de Dios, pero no querían hacer la voluntad de Dios, ni saber nada con el Hijo de Dios, por eso les dijo que lo primero que tenían que hacer era aceptar a Aquel que el Padre había enviado.

Hay que recordar que Jesús vivió en medio de una sociedad muy religiosa, donde falsos profetas abogaban por la puerta ancha y el camino fácil. Hombres que profesaban hablar de parte de Dios pero no eran más que lobos rapaces vestidos de ovejas, incrédulos malignos que arrastraban tras de sí a las personas inmaduras e inestables.

El Señor conocía los peligros que conlleva la religión. No solo de hacer de los hombres fanáticos enemigos de Dios sino de conducir a las almas al mismo infierno. Se enorgullecían en pensar en los detalles más diminutos de la ley judía pero olvidaron lo más importante: reconocer que el propósito de la ley de Dios es el Amor, tal como se puede ver en Mateo 22: 37-40 "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente.

Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas". Pasaron por alto la justicia y el amor de Dios por que eran simplemente religiosos profesantes. Tenían una obediencia muy externa y superficial, interiormente eran malos y corrompidos. Decían Señor, Señor, pero no hacían la voluntad del Padre.

Lo mismo ocurre en la actualidad, muchos buscan ganarse el camino al cielo mediante sus propias buenas obras, pero las buenas obras no preceden a la salvación, mas bien siguen a la salvación y la única buena obra que un pecador puede hacer es confesar sus pecados y recibir a Cristo como su Salvador y Señor. Es así como se empieza a hacer la voluntad del Padre, la voluntad de Dios.

sábado

LIDERAZGO EN LA FAMILIA

Hno. Steve Twiinem

Cuando hablamos sobre liderazgo no hablamos sobre títulos, posiciones o la política, sino sobre como funciona una familia con sus Ancianos, llevando los menores con amor y cuidado y los menores aprendiendo y siendo guiados. Esto debe ocurrir en todos los niveles de la Iglesia y desarrollaremos nuestro liderazgo de una manera natural, con el mismo sentimiento.

Pero debemos hacerlo de una manera natural, familiar, en una relación de amor; alentado el crecimiento a través nuestro ejemplo y corrección, si es necesario. Esto es un reto directo para todos pues el liderazgo que tenemos y la manera como nos guiamos es resultado directo de cómo funcionamos como líderes en la misma familia.

Pedro fue un anciano en la nueva iglesia, fue el primer discípulo y como siempre en el reino de Dios los retos pesan más para aquellos que tienen más responsabilidad. Fue un apóstol, pero su propósito no era decir: “Soy más grande que tú, entonces debes escucharme”, sino "¡El mensaje que traigo es de Cristo y lo he escuchado con mis propios oídos, ahora te lo paso!".

Pedro ha visto la Gloria de Dios en la vida de Cristo, una vida de obediencia, ha visto esta gloria en su propia vida cuando él fue obediente al mensaje y esto fue una exhortación para su liderazgo.

¿Pedro es alguien a quien necesitamos escuchar?
Él fue un anciano con mucha responsabilidad y el conocimiento de las palabras de Cristo. Él conoció el resultado positivo de la obediencia, la Gloria. Y necesitamos escucharlo. Él nos dice “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros.” En Juan 21:15-1, leemos que después que él negó a Jesús tres veces recibió la oportunidad para servir otra vez con estas palabras. Y cuando él fue un líder de nuevo llevó esta responsabilidad pesada por el resto de su vida y conoció el dolor y la gloria de vivir de esta manera.

La primera meta del pastor es nutrir y proteger a las ovejas; guiarlas a la mejor comida y avisar del peligro, no para ser el jefe, sino para servir al Dueño de las ovejas, y para ser un sirviente del Dueño, debe ser un sirviente de las ovejas, ayudarlas en el proceso de crecimiento y reproducción.

La mejor ilustración de esta relación está en Salmo 23 y lo podemos ver en el ministerio del Señor en nuestras vidas también. Cada uno de nosotros tiene ésta responsabilidad de ayudar y guiar a las demás ovejas. Nutrir y guiar a los menores que tú en la Fe (en el rebaño), debe ser tu meta. No para mostrar tu madurez, ni luchar para tener autoridad, sino trabajar por el bien de los otros creyentes, para que ellos puedan servir al Maestro más eficazmente.

Esa es la responsabilidad como lideres, pero también está nuestra responsabilidad como seguidores. Cada uno de nosotros somos líderes y todos somos seguidores también. Tenemos las dos responsabilidades. Como seguidores reclamamos a nuestros líderes en el trabajo y la política, pero la mejor manera de efectuar un cambio es cumplir con nuestra responsabilidad.

Necesitamos dejar de pensar que el liderazgo en la Iglesia es una posición política y comenzar a entender que es una responsabilidad familiar, donde como padres enfrentamos con humildad las necesidades de los menores en la Fe.

Jesús, el sirviente de sirvientes, nos mostró esta responsabilidad y es la que nos ha llamado a ejercer, aún cuando es difícil, injusta y ningún otro lo hace. Cuando hagamos esto, es que la semejanza de Cristo brillará más claramente en nuestras vidas.