jueves

EL REINO DE LOS CIELOS

Hno. Rubén Quispe

"No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?. Entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". Mateo 7:21

El Señor estaba por cerrar su Sermón del Monte y antes de culminar marca la diferencia de profesar y poseer. Entre los que dicen tener el derecho de entrar en el Reino de Dios y los que realmente van a pertenecer a su reino. Declara de manera justa y solemne que solo entrarán los que hacen la voluntad del Padre que está en los cielos.

"El reino de los cielos" es la esfera en la que se reconoce el gobierno de Dios. Donde los hombres se someten al reino de Dios, allí existe el reino de los cielos. Según los diversos pasajes de la Biblia, el reino de los cielos estaba profetizado desde del Antiguo Testamento. Daniel señala que es donde los que profesan Su autoridad, siguen sus principios morales. Otra anticipa que será el reino de mil años de Cristo en esta tierra.

Los profesantes reconocen a Dios como el supremo gobernante, aceptan que es el creador de todas las cosas y esto abarca a toda la cristiandad, pero no entrarán en el reino de los cielos. Éste reino está reservado sólo para quienes han seguido genuinamente a Jesucristo, quienes son hijos de Dios y han nacido de nuevo por la fe en Jesús.

El mismo Señor lo afirma en Juan 3:3 cuando le dice a Nicodemo: "De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no pude ver el reino de Dios". Es pues necesario nacer de nuevo para ingresar al reino de los cielos.

¿Cómo hacer "la voluntad del Padre"?.
El primer paso es creer en el señor Jesucristo. En Juan 6: 28-29, leemos: "Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?. Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado".
Jesús conocía la hipocresía de los religiosos de sus días, ellos pretendían hacer las obras de Dios, pero no querían hacer la voluntad de Dios, ni saber nada con el Hijo de Dios, por eso les dijo que lo primero que tenían que hacer era aceptar a Aquel que el Padre había enviado.

Hay que recordar que Jesús vivió en medio de una sociedad muy religiosa, donde falsos profetas abogaban por la puerta ancha y el camino fácil. Hombres que profesaban hablar de parte de Dios pero no eran más que lobos rapaces vestidos de ovejas, incrédulos malignos que arrastraban tras de sí a las personas inmaduras e inestables.

El Señor conocía los peligros que conlleva la religión. No solo de hacer de los hombres fanáticos enemigos de Dios sino de conducir a las almas al mismo infierno. Se enorgullecían en pensar en los detalles más diminutos de la ley judía pero olvidaron lo más importante: reconocer que el propósito de la ley de Dios es el Amor, tal como se puede ver en Mateo 22: 37-40 "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu mente.

Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas". Pasaron por alto la justicia y el amor de Dios por que eran simplemente religiosos profesantes. Tenían una obediencia muy externa y superficial, interiormente eran malos y corrompidos. Decían Señor, Señor, pero no hacían la voluntad del Padre.

Lo mismo ocurre en la actualidad, muchos buscan ganarse el camino al cielo mediante sus propias buenas obras, pero las buenas obras no preceden a la salvación, mas bien siguen a la salvación y la única buena obra que un pecador puede hacer es confesar sus pecados y recibir a Cristo como su Salvador y Señor. Es así como se empieza a hacer la voluntad del Padre, la voluntad de Dios.